Pies ondulados, morenos y cuarteados. Uñas color naranja coral.
Tobillera hippy de mi playa favorita.
Refresca, y con una chaqueta sobre mi vestido ligero, inspiro plenamente.
La casa está llena de luz de la tarde, tostada y remolona,
a punto de marcharse con el sol del ocaso.
En la terraza encuentro la calma junto a mi libro, la palmera,
la tarde que avanza… y él.
Pañuelo morado de estrellas, regalo de un duende particular.
Pulsera de semillas y un pequeño elefantito de madera,
abrazo de mi hermano rememorando un fabuloso día juntos.
Esencial en estado puro. Pequeños momentos compartidos.
Añoranza aderezada. Melancolía optimista.
A lo lejos escucho a los niños jugar,
el cielo azul de la tarde se destiñe entre tímidas nubes difusas.
Serena. Tranquila. Ensoñada.
Mi verano es naranja….
Me mece el tiempo. Murakami me espera.
Nado entre las páginas con sabor a horchata… y aromas de oriente.
Hace dos noches tuve el placer de ver a Sabina en directo; y como de costumbre lo disfruté enormemente. Es casi parte de mi familia.
Fui a su primer concierto con 8 años aproximadamente. Recuerdo perfectamente lo emocionada que estaba por ir, y como lo contaba a mis amigas del colegio. Curiosamente en aquel concierto, por un problema aéreo no pudo llegar Sabina a tiempo y tuvieron que hacerlo al día siguiente! jajaja….
Desde entonces no he faltado a una gira y siempre he ido a sus conciertos acompañada de mi familia. Recuerdo especialmente con cariño aquellos conciertos en los que mi familia estaba completa y podíamos estar todos juntos. Mi favorito fue el de la gira de Nos sobran los motivos, que se plasmó en un discazo poco después. Recuerdo cómo me maravillaban las versiones de canciones clásicas como la nueva Princesa Rockera, mezclada con Barbie Superstar, las Medias Negras salseras y el previo a Y sin embargo, cantado por una Olga Román sublime.
Cantaba con mi padre, mientras mi madre bailaba, miraba a mi hermano y sonreía. Nos dábamos la mano cantando Y nos dieron las diez y vibrábamos con el Pirata Cojo. Mi hermana aún no venía a los conciertos, se apuntó un poco más tarde, pero la tenía presente. Esa es mi foto mental, con la que me quedo. Después fui con unos o con otros pero no con todos y en sitios más dispares como Úbeda, donde fui con mi padre y mi amigo Vic; y Palma, donde fui con mi hermano, mi chico y compañeros de trabajo.
Los tiempos cambian, como cambia Sabina, más poeta y melancólico que nunca. Él me acompaña y me encantaría algún día poder darle las gracias por tanto sentimiento. Hasta entonces, seguiré cantando a voz en grito en el coche.
Vinagre y rosas me suena a despedida, a tengo ganas de poesía y ya no estoy para estos trotes. Y sin embargo, se que hay un Sabina eléctrico que nos echará de menos y volverá a regalarnos un gran directo, exclusivo o compartido.
Quizá lo que menos me guste de mi familia (y espero no meterme en un problema por hablar de ello) es que no creo que la comunicación sea fluida en cuanto a sentimientos y malestares. Desde que comenzamos a dividirnos por el mundo: mi hermano a Madrid, tiempo después yo al sur y ahora al mediterráneo; nos hemos visto obligados a desarrollar relaciones lineales y cuidarlas a pesar de la distancia.
Si a eso le sumamos el posterior divorcio de mis padres, se complica la historia. Por tanto las relaciones son yo con mi madre, yo con mi hermana, yo con mi padre, yo con mi madre y yo con mi hermano. Respectivamente cada uno de ellos cuida sus relaciones con los demás de la misma manera. Estoy más que orgullosa de mi familia y creo que a pesar de todo lo que hemos pasado, seguimos unidos y mantenemos relaciones muy positivas entre nosotros. Ha habido momentos y personas en las que las relaciones no han sido tan positivas, pero hay que aprender a cuidar y tratar cada relación de distinta manera, unilateralmente, cuidando mucho las expectativas de ambos.
Al hablar con cada uno de los miembros muchas veces me encuentro con malestares entre ellos que no se transmiten ni comunican sino que se quedan dentro y como mucho se comentan con otro miembro de la familia, pero no con el afectado. Prácticamente lo he visto en todos nosotros, y obviamente, si lo descubro en mí, trato de hacer lo posible por enfrentarlo y hablar directamente con quien tengo el malestar.
No se si poco a poco iremos desarrollando esa facultad de decirnos las cosas pero sin duda no dejaré de pedirlo una y otra vez. Cuando me ha sucedido a mi, que alguien esté molesto conmigo y me tenga que enterar meses después, me duele en el alma. ¿Por qué no hablar las cosas en su momento e incluso gritarnos y discutir? ¿Que puede pasar? ¿Es mejor dejarlo que fermente dentro?
Si al menos los malestares perdieran intensidad con el tiempo, estaría bien, pero no, normalmente anidan en rencores absurdos. Olvidamos lo mucho que nos queremos, que nunca haríamos daño al otro con maldad y que todos nos equivocamos (incluso nosotros mismos interpretando las cosas).
Por eso os animo a decir a alguien que le notas distante, que le echas de menos, que te ha molestado algo que te ha dicho o como te ha hablado…. Y por supuesto, que le quieres, que estas orgullos@ de él o ella… Y si avanzamos más podemos llegar a las expectativas de la manera más sincera y natural. Siempre presentes los posos del amor como base de todo, en esas personas que forman parte de nosotros.
Naturalidad y cercanía a pesar de cualquier distancia.
No sigo el orden cronológico de mis viajes, pero, hoy, que por fin he conseguido un ratito para escribir tranquila, lo primero que me ha dado ganas de contaros (por si alguien todavía no sabe qué hacer en vacaciones), es lo mucho que me gustó Ljubliana.
Sucedió como con los amores de verano, de manera fugaz e impulsiva. Fue el día más cosmopolita de mi segundo viaje de dos semanas trabajando por Europa (desayunar en Zagreb, almorzar en Ljubliana y cenar en Venezia), por tanto pasé en Ljubliana tan sólo unas horas. Sin embargo, simplemente cruzar la frontera y entrar en Eslovenia ya noté una gran diferencia.
Enseguida me recordó a Austria, posiblemente mi país europeo preferido (de los que conozco, claro). Pueblitos apiñados, casas pequeñas con balcones de madera llenos de flores, siempre una pequeña iglesia, en ocasiones tan pequeña que parecía miniatura. Hasta llegar a Ljubliana disfruté muchísimo del paisaje, verde hasta llenar la vista, acompañado de un cielo azul magnifico, con las debidas nubes para adornarlo.
Ljubliana aquel día estaba escandalosa por el partido de fútbol Eslovenia-Inglaterra; era impresionante escuchar la emoción y en griterío que envolvía la ciudad en oleadas. ¡Y eso que iban perdiendo! Las terrazas estaban llenas, la gente se sentaba en el suelo a emocionarse frente a enormes pantallas. Era genial!
Y mientras yo me dirigía a una cita de trabajo en la que me presentaron un café que marcó mi relación con Ljubliana:
Una sonrisa. Sin duda, Ljubliana es mucho más que eso. Una ciudad alegre, llena de historia, preciosa arquitectura, juventud, el correspondiente castillo con montaña presidiendo la ciudad, el río y los canales, agradables calles peatonales y mucho color.
El símbolo de Ljubliana, presidiendo las imágenes de este post, es el dragón presente en el puente principal, en honor al dragón que mató Jason en la ciudad, dentro de la leyenda griega de Jasón y los Argonautas. El dragón está presente en el escudo de la ciudad y también implantando conciencia medioambiental y enseñando a reciclar (creo que soy la única guiri haciendo fotos a los cubos de basura!)
Tras la conversación con mis colegas de trabajo sobre mi sorpresa ante Eslovenia, me quedó clara una cosa. Quiero volver, sin trabajo, para disfrutar del país. Es un país manejable (como Austria), que te puedes recorrer perfectamente estableciendo «campamento» en un solo sitio. Hay una ciudad animada y jovial, una costa preciosa, turismo de montaña, termal, cultural y rural (granjas incluidas), ¿qué más se puede pedir!?
Si tienes ganas de descubrir algo nuevo, ya lo sabes, ahí está Eslovenia, y vuelo directo a Ljubliana con Vueling desde Barcelona! 😉
Más sobre Ljubliana: Aquí y aquí.
Mis queridos lectores navegantes, mi ronda de viajes laborales ha terminado hasta septiembre, así que vuelvo un poquito a tomar el te en mi hogar que comparto con vosotros. Sinceramente, echo de menos mantener la regularidad que tenía, pero al fin y al cabo, la vida son fases, y en este momento el ritmo es trepidante y apenas saco fuerzas para lidiar con el día-a-día.
Es curioso como el cuerpo aguanta y cómo comprende cuando ha llegado la pausa. Hace 2 días que he aterrizado y mi cuerpo entero ha hecho ploff. Poco a poco me iré cuidando bien y reponiendo energías. Un verano por delante se plantea dispuesto a ser disfrutado, con visitas, conciertos y alguna escapada fuera de la realidad.
Mientras tanto, tenía ganas de contaros mi experiencia en Roma. Hace unas 2 semanas, pasé una semana completa trabajando en Roma, de un lado al otro de la ciudad. Nunca había estado y la sensación ha sido bastante agridulce.
Es una ciudad que fluye a borbotones, sin pausa. Te pisotea si es necesario, para seguir su caudal. Aquella semana la temperatura rondaba los 32 grados, con altos niveles de humedad. El trajín me llevaba de un lugar a otro, enfrentandome a los misterios que a veces esconden los mapas. Entre el desenfreno de la actividad, el Vaticano, la Fontana di Trevi, el Panteón. Los guardias, las Piazzas, la historia en cada rincón. Todo envuelto en centenares de turistas, ajenos al non-stop de mi día laboral.
Cruzar la calle a la romana me parecía una exageración hasta que me enfrenté a esa realidad y cruzaba avenidas de 5 carriles sorteando los coches. La realidad supera la ficción, sin duda!
Roma fue contraste desde que nos conocimos hasta que nos despedimos. Hubo desplantes, retrasos, desorden. Hubo encanto, cafés compartidos entre los negocios acompañados de pastelitos, como quien acude a casa de alguien e intercambia experiencias. Amabilidad y descaro, dentro del mismo envoltorio.
Alrededor, una amalgama de arte por los cuatro costados. Roma es exceso de historia. Verdaderamente sentí emoción cuando pisaba el entorno del Colosseo. Imaginaba las historias que allí transcurrían, los millones de pies que pisaron la misma piedra que yo pisaba; y se me ponían los pelos de punta. Hasta una simple tienda tiene historia y resulta ser charcutería desde el año 1300!
Roma es belleza y vida en todo su apogeo. Vida en lo bueno y lo malo. Caprichos del paladar. Perfumes y pestes. Arte, despilfarro y encanto.
Roma se quedó con mi maleta cuando nos robaron, a mis compañeros y a mí, todo nuestro equipaje personal y laboral, incluyendo portátil, informes, mis sandalias hippies y muchas otras cosas con recuerdo sentimental. No son más que cosas al fin y al cabo. Roma se despidió de mí de la manera agridulce en que nos conocimos. Ella es así, auténtica y desmedida. Arrebatadora y descarada. Como la vida misma. Vinagre y rosas.
Si hay algo que siempre he agradecido a mis padres es cuando me dejaron elegir mi propio camino, aun sabiendo que me estaba equivocando en algunos momentos.
Todavía no soy madre y no puedo hablar por experiencia propia pero sí puedo hacerlo desde la base de mi sentimiento maternal y de protección que sí tengo muy desarrollado. Cuando quieres a alguien, cuesta mucho dejarle en su camino cuando sabes que ese camino no le llevará a felicidad sino a sufrimiento.
Somos conscientes desde la razón de que ese sufrimiento es necesario, generará un aprendizaje y un nuevo escalón superado. Solo cuando vivimos algo en primera persona podemos verdaderamente asumir como propio un descubrimiento y esto no lo olvidaremos. No sucede lo mismo cuando nos cuentan una experiencia que no vivimos nosotros mismos.
El Respeto se escribe con mayúscula en nuestra Vida. Nos cuesta tanto no juzgar ni entrometernos en las circunstancias de aquellos a quienes queremos! DEJAR ESTAR, respetando, estando ahí desde la comprensión y el Amor, sentimiento base.
Proyectemos menos, escuchemos más, respetemos siempre.
«Dame enseñanza
préstame tus recuerdos
tú me das confianza
tienes lo que deseo.
Tienen tus gestos
aire de haber vivido
no pisaba las clases
y ahora estudio sin libros.
Tus modos, tu forma de ser
tu forma de pedir café
tus frases, tu forma de amar
tu forma de resucitar.»
Mientras preparo un nuevo regreso, os dejo un trocito de lo que hoy cantaba conduciendo por tierras galegas en un ratito conmigo misma… Hay mucho por contar, dos borradores por publicar y una maleta robada. Historias, siempre inesperadas, a la vuelta de cada esquina.
Hay un momento vital en la relación entre dos personas. Puede pasar en ocasiones desapercibido, disfrazarse de pasajero. Es el tiempo quien nos dicta la importancia vital de ese instante en que algo se rompió para siempre.
Desde entonces nada fue lo mismo y aquello que debería fluir en la naturalidad, la confianza y la cercanía, se desliza a trompicones sobre las circunstancias. En ocasiones aparenta retomar su cauce, en otros momentos desconsuela volviendo a la realidad de esa naturalidad ausente.
Siempre que nos aferramos a «lo que fue», estamos perdiendo la consciencia del instante presente. No deja de «haber sido fantástico» aquello vivido junto a alguien que ya sentimos lejano. Es una batalla más con la aceptación, un nuevo cara a cara frente al espejo. Desde la melancolía y la desazón nos rebelamos ante lo que dejó de ser algo especial para nosotros.
Las situaciones cambian, las personas se transforman, se acercan, se alejan (también nos transformamos nosotros, claro). Conocemos más a las personas, o en unas nuevas circunstancias, y ya no es lo mismo, claro que no. Nada es lo mismo. Todo pasa. Unas veces tarda más y otras menos. Incluso en ocasiones, algo termina para transformarse en otra cosa mejor, más evolucionada.
Si algo esta claro es que estonosepara…. 🙂
Tiempo atrás también escribía sobre la naturalidad… Aquí.
«…solté una de sus manos, cogí un vaso y lo puse en el borde de la mesa.
–Se va a caer—dijo él.
–Exacto. Quiero que tú lo tires.
–¿Romper un vaso?
Sí, romper un vaso. Un gesto aparentemente simple, pero que implicaba miedos que nunca llegaremos a entender del todo. ¿Qué hay de malo en romper un vaso barato, si todos hemos hecho eso sin querer alguna vez en la vida?
–¿Romper un vaso? — repitió–. ¿Por qué?
–Podría dar algunas razones –respondí–. Pero la verdad es que es sencillamente por romperlo.
–¿Por ti?
–Claro que no.
Él miraba el vaso en el borde de la mesa, preocupado de que fuese a caerse.
Es un rito de pasaje, como tú mismo dices -tuve ganas de decirle–. Es lo prohibido. Los vasos no se sompren adrede. Cuando estamos en los restaurantes o en nuestras casas, procuramos que los vasos no queden en el borde de la mesa. Nuestro universo exige que tengamos cuidado para que los vasos no caigan al suelo.
Sin embargo, seguí pensando, cuando los rompemos sin querer, vemos que no era tan grave. El camarero dice «no tiene importancia», y nunca en mi vida he visto que en la cuenta de un restaurante hayan incluído en el precio de un vaso roto. Romper vasos forma parte de la vida y no nos hacemos daño a nosotros ni al restaurante ni al prójimo.
Moví la mesa. El vaso se bamboleó, pero noc ayó.
–¡Cuidado! –dijo él, insitintivamente.
–Rompe el vaso –insistí.
Rompe el vaso, pensaba para mí, porque es un gesto simbólico. Trata de entender que yo rompí dentro de mí cosas mucho más importantes que un vaso, y estoy feiz de haberlo hecho. Mira tu propia lucha interior, y rompe ese vaso.
Porque nuestros padres nos enseñaron a tener cuidado con los vasos, y con los cuerpos. Nos enseñaron que las pasiones de la infancia son imposibles, que no debemos alejar a hombres del sacerdocio, que las personas no hacen milagros, y que nadie sale de viaje sin saber adónde va. Rompe el vaso, por favor, y libéranos de todos esos conceptos malditos, de esa manía de tener que explicarlo todo y hacer sólo aquello que los demás aprueban.
–Rompe ese vaso –pedí una vez más.
Él clavó su mirada en la mía. Después, despacio, deslizó la mano de la mesa hasta tocar el vaso. Con un rápido movimiento, lo empujó al suelo…»
– P.Coelho «A orillas del río piedra me senté y lloré»
Gracias a mi pequeño duende por enviarme este magnífico trocito que comparto con vosotros:-)
«Cariño, tengo que decirte algo. Daniela ha fallecido».
Después, mi incredulidad, mi dolor, mi frustración. Daniela era la camarera de nuestro bar favorito cerca de casa. Acabamos entablando amistad tras ir regularmente a cenar allí y nuestra amistad se limitaba al bar, pero estaba para ambos llena de afecto. Daniela era una chica rubia, simpática y alegre. Echaba regularmente la lotería porque sabía que un día le iba a tocar. Siempre le tocaban pequeños premios en los rascas y se podía ver en sus ojos su fe y su ilusión. Hace poco fue tía en la distancia; es uruguaya y toda su familia está en su país. Excepto Marcelo, él vive con ella. Llevaban 10 años juntos. Él tiene el video club junto al restaurante. Ahora allí hay una foto de Daniela y velas.
Aún no puedo creérmelo. Daniela murió el sábado por la noche en el camino que recorrimos nosotros de vuelta a casa, después de cerrar el bar. Iba con dos compañeras, una de ellas está muy grave. Hubo un choque frontal con un coche que adelantaba e invadía el carril por el que ellas conducían. ¿Creeis que esa persona inconsciente irá a la cárcel? ¿Hay alguna manera de pagar la muerte de Daniela?
Tenía mi edad, alegría y una capacidad de trabajo inmensa. Generosa y ante todo, una gran persona, bella por dentro y bella por fuera. Aunque nuestra amistad fuese superficial, como quizá la de otros clientes del bar, duele dentro. No quiero ni imaginar cómo estará Marcelo.
Nosotros hicimos el mismo camino, ¿y si hubiera sido al revés? Curiosamente, ayer le decía a mi pareja que la vida es un minuto, que nunca sabemos lo que puede pasar y por eso siempre intento aprovechar cada instante con los míos. Decir lo que siento, demostrar mis sentimientos. Él no podía dejar de pensar en otra cosa hoy cuando se enteró de la noticia y espero a encontrarse conmigo por la noche para decírmelo.
La vida es un instante. Podría haber sido yo, o peor aún, nosotros.
Por eso cada segundo consciente no tiene precio.