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Desde mis Brumas Libros

Entre runas…

«Yo no intento cambiar las cosas exteriores. Son, sencillamente, un reflejo.

Cambio mi percepción interior y la exterior revela la belleza tanto tiempo oculta por mi propia actitud.

Concentro mi visión interior y descubro que mi visión exterior se transforma.

Me encuentro sintonizando con la grandeza de la vida y en unión con el orden perfecto del universo»

(Daily World – Extraído de El libro de las runas)


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De todo un poco Libros

Por el color del trigo…

Tengo la fortuna de ir a trabajar por un camino medio rural entre campos y ovejas. Me encanta observar el cambio de las estaciones en estos campos; ahora lucen con esplendor llenos de flores, cereales listos para su recogida y ovejas ya fresquitas preparadas para los calores.

Entro en éxtrasis cuando observo los campos de trigo, con su amarillo vibrante, en contraste con el cielo azul y el verde de los árboles. Siento necesidad de ir a acariciar ese trigo, a perderme un poco entre los campos y temo que al ir dejando pasar un día y otro no me de tiempo a jugar con el trigo antes de que lo recojan, hacer unas fotos y sorprenderme ante el constante renacer que representa la primavera.

Con este trigo no puedo dejar de recordar a Mi Principito y a su amigo el zorro, que juntos hablaban sobre domesticar, crear lazos y, claro, sobre el color del trigo… 🙂

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El Principito – Capítulo XXI

«- Buenos días -dijo el zorro
– Buenos días -respondió cortesmente el principito
– Ven a jugar conmigo -le propuso el principito- ¡Estoy tan triste!
– No puedo jugar contigo -dijo el zorro- No estoy domesticado
– ¿Qué significa «domesticar«?
– Es una cosa demasiado olvidada -dijo el zorro- Significa «crear lazos»
– ¿Crear lazos?
– Si -dijo el zorro- para mí no eres todavía más que un muchachito semejante a cien mil muchachitos. Y no te necesito. Y tú tampoco me necesitas. No soy más que un zorro semejante a cien mil zorros. Pero, si me domesticas, tendremos necesidad el uno del otro. Serás para mí único en el mundo. Seré para tí único en el mundo…
– Mi vida es monótona, cazo gallinas, los hombres me cazan. Todas las gallinas se parecen y todos los hombres se parecen. Me aburro, pues, un poco. Pero, si me domesticas, mi vida se llenará de sol. Conoceré un ruido de pasos que será diferente de todos los otros. Los otros pasos me hacen esconder bajo la tierra. El tuyo me llamará fuera de la madriguera, como una música. Y además, ¡mira! ¿Ves, allá, los campos de trigo? Yo no como pan. Para mí el trigo es inútil. Los campos de trigo no me recuerdan nada. ¡Es bien triste! Pero tú tienes cabellos color de oro. Cuando me hayas domesticado, ¡será maravilloso! El trigo dorado será un recuerdo de tí. Y amaré el ruido del viento en el trigo…

El zorro calló y miró largo tiempo al principito.

– ¡Por favor…domestícame! -dijo
– ¿Qué hay que hacer? -dijo el principito
– Hay que ser muy paciente -respondió el zorro- Te sentarás al principio un poco lejos de mí, así, en la hierba. Te miraré de reojo y no dirás nada. La palabra es fuente de malentendidos. Pero, cada día, podrás sentarte un poco más cerca…

Al día siguiente volvió el principito.

– Hubiese sido mejor venir a la misma hora -dijo el zorro- Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, comenzaré a ser feliz desde las tres. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado e inquieto; ¡descubriré el precio de la felicidad! Pero si vienes a cualquier hora, nunca sabré a qué hora preparar mi corazón…Los ritos son necesarios.

Así el principito domesticó al zorro. Y cuando se acercó la hora de la partida:
– ¡Ah!… -dijo el zorro- Voy a llorar
– Tuya es la culpa -dijo el principito- No deseaba hacerte mal pero quisiste que te domesticara…
– Si -dijo el zorro
– ¡Pero vas a llorar! -dijo el principito
– Si -dijo el zorro
– Entonces, no ganas nada
– Gano -dijo el zorro-, por el color del trigo

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En mis ojos Libros

Un visitante inesperado…

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Este año hay alguien especial en el nacimiento; mi pequeño sabio… 🙂

«Conozco un planeta en el que vive un señor muy colorado. Nunca ha olido una flor. Nunca ha contemplado una estrella. Nunca ha amado a nadie. Nunca ha hecho otra cosa que sumas. Se pasa el día diciendo, como tú: «¡Soy un hombre serio! ¡Soy un hombre serio!», lo que le hace hincharse de orgullo. Pero eso no es un hombre, ¡es un hongo!.»
El Principito

Mi principito os desea que este año os paréis a oler las flores y a contemplar las estrellas.
Namasté.

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Los ojos amarillos de los cocodrilos

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Lo compré el día antes de embarcarme en mi viaje a Escandinavia, por su argumento y su grosor. No calculé mal, porque me ha gustado y me ha durado justo la semana del viaje. 🙂

La historia es sencilla y no tiene argumentos deslumbrantes ni grandes intrigas, en mi opinión. Simplemente la evolución de una mujer que desconoce sus posibilidades. Las circunstancias de la vida la pondrán a prueba para dar lo mejor de sí y descubrirse, aceptarse y quererse. La interacción de los personajes y las historias que se cruzan hacen al libro muy entretenido.

Os dejo mi selección de los mejores párrafos:

«Era como si recuperase el tiempo perdido: de pequeña no tenía derecho a llorar. Un gesto de llanto y venía la bofetada, que silbaba en el aire y llegaba para quemarle la mejilla. Comprendió, mientras derramaba las lágrimas, que estaba tendiendo la mano a esa niña que nunca había podido llorar, que era una manera de consolarla, de tomarla en sus brazos, de hacerle un pequeño sitio a su lado. Es extraño, se dijo, tengo la impresión de desdoblarme: la Josiane de treinta y ocho años, astuta, determinada, que sabe llcar las riendas de la vida sin ser vapuleada, y la otra, la niña de cara sucia y torpe a la que le duele la tripa de miedo, de hambre, de frío. Llorando, las reunía a las dos y se sentía bien con ese encuentro»

«A joséphine le hubiese gustado detener el tiempo, quedarse con ese momento de felicidad y guardarlo en una botella. La felicidad, pensó, está hecha de pequeñas cosas. Siempre se la espera con mayúsculas, pero llega a nosotros de puntillas y puede pasar bajo nuestras narices sin darnos cuenta.»

«Tengo que retener este instante. Tiene que durar un poco más para que se imprima en mi memoria. El momento en el que él ha dejado de ser el hombre que amo y me tortura para convertirse simplemente en un hombre, un compañero, no un amigo todavía. Medir el tiempo que he tardado en llegar a este resultado. Saborear este momento en el que me desligo de él. Hacer de ello una etapa. Pensar en este momento preciso me dará fuerzas más tarde, cuando flaquee, dude, pierda valor. (…) Una señal en el camino. Gracias a este momento, seré más fuerte y podré continuar avanzando sabiendo que hay un sentido, que todo el dolor que he acumulado desde que se fue se ha transformado en un paso adelante, en una progresión invisible. Ya no soy la misma, he cambiado, pero no ha sido en vano.»

Mi favorito:

«La vida es una persona, una persona que hay que tomar por compañera. Entrar en su corriente, en sus remolinos, a veces te hace tragar agua y te crees que vas a morir, y después te agarra el pelo y te deja más lejos. A veces te hace bailar, otra te pisa los pies. Hay que entrar en la vida como se entra en un baile. No parar el movimiento llorando por uno, acusando a los demás, bebiendo, tomando pastillitas para amortiguar el choque. Bailar, bailar, bailar. Pasar las pruebas que te envía para hacerte más fuerte, más determinada.»

«Más tarde se había preguntado desde cuántos ángulos podía percibirse una misma persona y qué angulo era el bueno. Y si los sentimientos que se albergaban hacia esa persona variaban según el ángulo… (…) Entonces, ¿en qué se basa el nacimiento de un sentimiento? ¿En una impresión fugaz, fluctuante, cambiante? ¿En un ángulo que se desplaza, dando lugar a una ilusión que proyectamos sobre los demás?»

«Quería coger todos sus sufrimientos para que no tuviese penas, para que caminase hacia delante, despreocupada y ligera…. Hubiera dado mi vida por ella. Lo hacía con torpeza, pero porque la amaba. Se es siempre torpe con la gente que amamos. Los aplastamos, los sobrecargamos con nuestro amor»

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Ni de Adán ni de Eva

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Este verano, antes de mis vacaciones, tenía ganas de apasionarme por un libro y aunque había disfrutado las últimas lecturas, finalmente recurrí a mis «clásicos» para desaparecer en sus libros. Me compré Kafka en la orilla, de Murakami y Ni de Adán ni de Eva, de Amelie Nothomb. Hoy os hablaré de este libro que me duró solamente dos días. Ese es el mayor indicativo. Lo disfruté, me reí y me trasladé a su mundo y a su escritura ingeniosa con un estilo propio.

Para quienes no la conozcáis, este es el cuarto libro de su auto biografía, precedido por Metafísica de los tubos, Biografía del Hambre y Estupor y Temblores. Mientras que en éste último narraba sus experiencias trabajando en una multinacional japonesa, ahora se centra en la misma época y su relación con Rinri, un joven japonés al que conoce dando clases de francés. Os dejo dos trocitos de los muchos que he marcado. Podéis leer el libro tranquilamente aun sin haber leído los anteriores, aunque los recomiendo todos!

«….
– A los cinco años supe que no era lo bastante inteligente.
– Es falso. A los cinco años supiste que no habías sido seleccionado.
– Sentí que mi padre pensaba: «No pasa nada. Es mi hijo, ya ocupará mi lugar». Mi vergüenza empezó entonces, y todavía dura.
Lo abracé contra mí, murmurando palabras de consuelo, asegurándole que era inteligente. Lloró durante mucho rato y luego se quedó dormido.
Fui a contemplar la noche sobre una ciudad en la que, cada año, la mayoría de los niños de cinco años se enteraban de que habían fracasado en la vida. Me pareció escuchar un concierto de lágrimas contenidas. »

«Me hacía feliz.
Siempre me alegraba de verlo. Sentía por él amistad y ternura. Cuando no estábamos juntos, lo echaba de menos. Así era la ecuación de mi sentimiento hacia él y aquella historia me parecía maravillosa.
Por eso mismo temía declaraciones que habrían exigido respuestas o, peor aún, reciprocidad. En semejante registro, mentir constituye un suplicio. Descubrí que mi miedo era infundado. Rinri solo esperaba de mí que lo escuchara. ¡Cuánta razón tenía! Escuchar a alguien es lo más. Y yo le escuchaba con fervor.
Lo que sentía por aquel muchacho ono se correspondía con ninguna palabra del francés moderno, pero en japonés el término adecuado era koi. En francés clásico, koi puede traducirse por gusto. Sentía gusto por él. Era mi koibito, aquel con el que compartía el koi: su compañía era de mi gusto.
En japonés moderno, todas las parejas casadas califican a su pareja de koibito. Un pudor visceral destierra la palabra amor. Salvo accidente o ataque de delirio pasional, nunca se emplea esa inmensa palabra, que se reserva para la literatura o cosas así. Había tenido que tocarme el único nipón que no despreciaba ni ese vocabulario ni los modales ad hoc.»

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Funambulista de la vida

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«…si tienes miedo de hacerte daño, aumentan las proabilidades de que eso mismo suceda. Fíjate en los funambulistas, ¿crees que piensan en que tal vez caerán cuando caminan cuidadosamente por la cuerda? No, ellos aceptan ese riesgo y disfrutan del placer que les proporciona desafiar el peligro. Si te pasas la vida procurando no romperte nada, te aburrirás terriblemente…¡No conozco nada más divertido que la imprudencia!…»

– La Mecánica del Corazón – Mathias Malzieu

PS: ¡Gracias Duende!

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La tormenta de arena

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Casi sin darme cuenta estoy empezando mi tercer libro de Murakami, Kafka en la Orilla, tras Tokio Blues y Cancion del pajaro que da cuerda al mundo. Sin duda es un autor muy particular, de vez en cuando me gusta sumergirme en su universo de personajes insólitos, Japón e historias en múltiples realidades.

Recién empezado el libro encontré esta joya:

«A veces, el destino se parece a una pequeña tempestad de arena que cambia de dirección sin cesar. Tú cambias de rumbo intentando evitarla. Y entonces la tormenta también cambia de dirección, siguiéndote a ti. Tú vuelves a cambiar de rumbo. Y la tormenta vuelve a cambiar de dirección, como antes. Y esto se repite una y otra vez. Como una danza macabra con la Muerte antes del amanecer. Y la razón es que la tormenta no es algo que venga de lejos y que no guarde relación contigo. Esta tormenta, en definitiva, eres tú. Es algo que se encuentra en tu interior. Lo único que puedes hacer es resignarte (aceptarla), meterte en ella de cabeza, taparte con fuerza los ojos y las orejas para que no se te llenen de arena e ir atravesándola paso a paso. Y en su interior no hay sol, ni luna, ni dirección, a veces ni siquiera existe el tiempo. Allí sólo hay una arena blanca y fina, como polvo de huesos, danzando en lo alto del cielo. Imagínate una tormenta como ésta.
( … )
Y tú en verdad la atravesarás, claro está. La violenta tormenta de arena. La tormenta de arena metafísica y simbólica. Pero por más metafísica y simbólica que sea, te rasgará cruelmente la carne como si de mil cuchillas se tratase. Muchas personas han derramado allí su sangre y tú, asimismo, derramarás allí la tuya. Sangre caliente y roja. Y esa sangre se verterá en tus manos. Tu sangre y, también, la sangre de los demás.
Y cuando la tormenta de arena haya pasado, tú no comprenderás cómo has logrado cruzarla con vida. No. Ni siquiera estarás seguro de que la tormenta haya cesado de verdad. Pero una cosa sí quedará clara. Y es que la persona que surja de la tormenta no será la misma persona que penetró en ella. Y ahí estriba el significado de la tormenta de arena.»

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Rompe un vaso

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«…solté una de sus manos, cogí un vaso y lo puse en el borde de la mesa.
–Se va a caer—dijo él.
–Exacto. Quiero que tú lo tires.
–¿Romper un vaso?
Sí, romper un vaso. Un gesto aparentemente simple, pero que implicaba miedos que nunca llegaremos a entender del todo. ¿Qué hay de malo en romper un vaso barato, si todos hemos hecho eso sin querer alguna vez en la vida?
–¿Romper un vaso? — repitió–. ¿Por qué?
–Podría dar algunas razones –respondí–. Pero la verdad es que es sencillamente por romperlo.
–¿Por ti?
–Claro que no.
Él miraba el vaso en el borde de la mesa, preocupado de que fuese a caerse.
Es un rito de pasaje, como tú mismo dices -tuve ganas de decirle–. Es lo prohibido. Los vasos no se sompren adrede. Cuando estamos en los restaurantes o en nuestras casas, procuramos que los vasos no queden en el borde de la mesa. Nuestro universo exige que tengamos cuidado para que los vasos no caigan al suelo.
Sin embargo, seguí pensando, cuando los rompemos sin querer, vemos que no era tan grave. El camarero dice «no tiene importancia», y nunca en mi vida he visto que en la cuenta de un restaurante hayan incluído en el precio de un vaso roto. Romper vasos forma parte de la vida y no nos hacemos daño a nosotros ni al restaurante ni al prójimo.
Moví la mesa. El vaso se bamboleó, pero noc ayó.
–¡Cuidado! –dijo él, insitintivamente.
–Rompe el vaso –insistí.
Rompe el vaso, pensaba para mí, porque es un gesto simbólico. Trata de entender que yo rompí dentro de mí cosas mucho más importantes que un vaso, y estoy feiz de haberlo hecho. Mira tu propia lucha interior, y rompe ese vaso.
Porque nuestros padres nos enseñaron a tener cuidado con los vasos, y con los cuerpos. Nos enseñaron que las pasiones de la infancia son imposibles, que no debemos alejar a hombres del sacerdocio, que las personas no hacen milagros, y que nadie sale de viaje sin saber adónde va.
Rompe el vaso, por favor, y libéranos de todos esos conceptos malditos, de esa manía de tener que explicarlo todo y hacer sólo aquello que los demás aprueban.
–Rompe ese vaso –pedí una vez más.
Él clavó su mirada en la mía. Después, despacio, deslizó la mano de la mesa hasta tocar el vaso. Con un rápido movimiento, lo empujó al suelo…»

– P.Coelho «A orillas del río piedra me senté y lloré»
Gracias a mi pequeño duende por enviarme este magnífico trocito que comparto con vosotros:-)

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Aprender

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«…Aprender es como encontrarse con un melocotón. Al principio sólo se ve lo áspero y rugoso. El fruto no parece demasiado atractivo ni tentador; pero después de pasar la primera etapa, se descubre la pulpa y el aprendizaje se vuelve jugoso, dulce y nutritivo.

Muchos querrán detenerse en ese momento, pero crecer no termina aquí. Más adelante nos encontraremos con la dura madera del hueso. Es el momento del cuestionamiento de todo lo anterior, el momento más difícil.

Si nos animamos a traspasar la dura corteza del apego a lo jugoso y tierno de lo anterior, si conseguimos sumar lo nuevo a lo viejo para sacar partido de ambos, llegaremos a la semilla. El centro de todo. La potencialidad absoluta. El germen de los nuevos frutos. El comienzo de un nuevo ciclo de aprendizaje al que sólo es posible llegar atravesando ese vacío desde el cual todo es posible…»

– «Cuenta conmigo», J.Bucay
Gracias Libélula por esta joyita

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Princesas

«Enfadarse es empujar una pared que no se moverá nunca»
– Princesa Katapum
«Princesas» de R.Dautremer + P. Lechermeier
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