
Este verano, antes de mis vacaciones, tenía ganas de apasionarme por un libro y aunque había disfrutado las últimas lecturas, finalmente recurrí a mis «clásicos» para desaparecer en sus libros. Me compré Kafka en la orilla, de Murakami y Ni de Adán ni de Eva, de Amelie Nothomb. Hoy os hablaré de este libro que me duró solamente dos días. Ese es el mayor indicativo. Lo disfruté, me reí y me trasladé a su mundo y a su escritura ingeniosa con un estilo propio.
Para quienes no la conozcáis, este es el cuarto libro de su auto biografía, precedido por Metafísica de los tubos, Biografía del Hambre y Estupor y Temblores. Mientras que en éste último narraba sus experiencias trabajando en una multinacional japonesa, ahora se centra en la misma época y su relación con Rinri, un joven japonés al que conoce dando clases de francés. Os dejo dos trocitos de los muchos que he marcado. Podéis leer el libro tranquilamente aun sin haber leído los anteriores, aunque los recomiendo todos!
«….
– A los cinco años supe que no era lo bastante inteligente.
– Es falso. A los cinco años supiste que no habías sido seleccionado.
– Sentí que mi padre pensaba: «No pasa nada. Es mi hijo, ya ocupará mi lugar». Mi vergüenza empezó entonces, y todavía dura.
Lo abracé contra mí, murmurando palabras de consuelo, asegurándole que era inteligente. Lloró durante mucho rato y luego se quedó dormido.
Fui a contemplar la noche sobre una ciudad en la que, cada año, la mayoría de los niños de cinco años se enteraban de que habían fracasado en la vida. Me pareció escuchar un concierto de lágrimas contenidas. »
«Me hacía feliz.
Siempre me alegraba de verlo. Sentía por él amistad y ternura. Cuando no estábamos juntos, lo echaba de menos. Así era la ecuación de mi sentimiento hacia él y aquella historia me parecía maravillosa.
Por eso mismo temía declaraciones que habrían exigido respuestas o, peor aún, reciprocidad. En semejante registro, mentir constituye un suplicio. Descubrí que mi miedo era infundado. Rinri solo esperaba de mí que lo escuchara. ¡Cuánta razón tenía! Escuchar a alguien es lo más. Y yo le escuchaba con fervor.
Lo que sentía por aquel muchacho ono se correspondía con ninguna palabra del francés moderno, pero en japonés el término adecuado era koi. En francés clásico, koi puede traducirse por gusto. Sentía gusto por él. Era mi koibito, aquel con el que compartía el koi: su compañía era de mi gusto.
En japonés moderno, todas las parejas casadas califican a su pareja de koibito. Un pudor visceral destierra la palabra amor. Salvo accidente o ataque de delirio pasional, nunca se emplea esa inmensa palabra, que se reserva para la literatura o cosas así. Había tenido que tocarme el único nipón que no despreciaba ni ese vocabulario ni los modales ad hoc.»