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El mundo a mis pies En mis ojos Mapas y Maletas

Amsterdam en la retina

Ya os contaba Olivia todo lo que nos hemos traído en la maleta tras nuestro viaje a Amsterdam. Cámara en mano hemos recorrido las calles, guardándonos en el bolsillo los momentos más especiales, incluso aquellos que no fuimos capaces de capturar en imagen. Hoy os dejo con un trocito de lo que para mí significa la preciosa ciudad de los canales, eternamente joven y liberada, palpitando vida en cada esquina.








Escuchando…

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Olivia vuelve a Amsterdam

Y esta vez teníamos cámara nueva y nuevas cosas de descubrir. Fue hace 3 semanas cuando volvimos a encontrarnos Olivia y yo en el lugar donde ella comenzó su colección de retratos, viajes y experiencias.

En Amsterdam recorrimos sus calles de nuevo, disfrutamos de momentos de melancolía y momentos de alegría y dinamismo. Trabajamos mucho, pasamos frío, calor, entusiasmo, desencanto. Nos aventuramos a fotografiar las calles del Barrio Rojo, los barrios locales el domingo, cuando las terrazas aprovechaban un otoño más luminoso que el verano. Las hojas a nuestros pies.

Vivimos Ámsterdam con sus matices y nos sigue encantando. Ya es casi como visitar a un amigo. Siempre hay ganas de un nuevo encuentro. 🙂

¿Cómo veis a Olivia? No está radiante?
Feliz fin de semana de parte de ambas.
Beeeeeeesos de Olivia.



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Bruselas y yo

Bruselas fue uno de los primeros lugares que visité por trabajo hace un año y medio, el único en el que me sentí insegura recorriendo sus calles. Hay algo allí que no me gusta, quizá algo energético, la arrogancia francoparlante o el que se crean el corazón de Europa.

La semana pasada visité la ciudad por tercera vez, con dos nuevos incentivos. Uno: mi cámara de fotos nueva, dispuesta a ayudarme a conservar pequeños momentos y situaciones. Dos: mis ganas de encontrar la cara bonita de Bruselas.

Como balance final puedo decir, que sí, me gusta un poco más que antes. He visto más caras de la ciudad y hay muchas zonas que adornan con flores y poseen una arquitectura muy característica. Sin embargo, sigue presidiendo el ambiente una cierta tristeza empapada de desencanto. Un intento por gustar, que no lo consigue.

Bruselas tiene mucho potencial, aunque por el momento no enamora. Amberes sigue siendo la ciudad alegre de Bélgica, aquella a la que tienes ganas de volver, ir de compras, cenar o pasear. Turísticamente podrían hacer mucho más en Bruselas y por lo que he visto entre la primera y esta última visita, ya lo están haciendo, pero despacito.

Me quedo con los pequeños rincones, la arquitectura y el delicioso aroma a chocolate y gofres de las calles del centro. El chocolate belga es sin duda el que más me gusta y ese gofre empapado en ese manjar fue uno de los pecados más deliciosos que he cometido en las últimas semanas. 🙂






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Exploradoras en Estocolmo

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Llegamos a Estocolmo a la caída de la tarde, cuando el sol estaba todavía muy alto en el cielo debida la cercanía del verano. Desde un aeropuerto a una hora y media de la ciudad, atravesamos los campos verdes hasta la extenuación, maravillándonos al llegar a Estocolmo con el encanto de las islas que lo componen, la gente disfrutando en terrazas y muelles, celebrando el sol y la luz que les inunda.

Olivia y yo nos fuimos a dormir cerca de las 11 y aún había luz en el cielo; a las 4 de la mañana salió el sol y cuando salimos a la calle a primera hora, lucía radiante en lo más alto del cielo. No deja de ser extraño este cambio en las horas solares, que sin duda nos limitaba el sueño por las noches y nos llenaba de energía durante el día. Después del letargo invernal, el verano en Estocolmo es una fiesta.

Olivia acompañándome a trabajar…
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Junio es un mes de festejos en Suecia: celebrando el día nacional por todo lo alto el 6 de Junio, con los estudiantes por las calles alborotando por el fin de exámenes en descapotables y camiones días después, y alcanzando la máxima alegría con la fiesta de Midsummer en el solsticio de verano.

Estocolmo y yo tenemos una cuenta pendiente. Ya son dos las visitas por trabajo y tengo ganas de disfrutarla y recorrerla en condiciones, sin obligaciones ni tanto cansancio acumulado. Olivia y yo aprovechamos al máximo el tiempo laboral, regresamos satisfechas y pudimos pasear un poquito por la ciudad, tomar un barco y tumbarnos relajadamente en un parque al atardecer, donde los grupos de amigos y parejitas hacían pic-nic, multitud de patos buscaban comida con sus retoños y la vegetación explotaba en una primavera tardía.

A pesar del estrés y el cansancio, de este viaje me llevo ese esplendor y esa luz, esa alegría y juventud de las calles, y las ganas de volver… siempre.

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Como véis, Olivia se sabe hacer bien la sueca…
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Así terminamos las dos, pies modelo bailarina…
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Olivia en Noruega

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Señoras y señores, aquí tenéis a la cabra más al norte del mundo!
Olivia está honradísima de llevar esa insignia, de abrir camino a otras compatriotas que se atrevan a llegar tan lejos como ella. Cuando estábamos allí, las guías siempre decían: «y este es el X más al norte del mundo!» (Ej. los aseos! jajaja). Mientras ibamos llegando, Olivia no paraba de pegar brincos en mi bolso y decirme que ella era la cabra más al Norte. Y eso que dicen que las cabras han perdido un poco el norte, pero no, ella lo ha encontrado! A 71º N.

Olivia disfrutó mucho de este viaje. Sobre todo las carreras por la nieve, ¡cómo se nos hundían los pies! A mi hasta la rodilla muchas veces, llenándome de nieve el pantalon por dentro y de endorfinas el corazon. Imagináos donde quedaba Olivia, que es más pequeña que yo! Cuando fuimos a ver los fiordos, tuvimos un dia y medio de tiempo muy triste, la podréis ver en el autobus, mirando a fuera con ganas de hacer la cabra por las montañas! También hay fotos mirando por la ventana de los hoteles y el los lugares más representativos. Os dejo con ellas! 🙂

Como anécdota contaros que tuvimos un momento dramático en el viaje. Por una malentendido con la hora, tuve que salir pitando de uno de los hoteles y Olivia no entró en mi bolso a tiempo. Tras una hora de viaje, la iba a sacar a respirar y no estaba! Se me encogió el corazón, tenía angustia y pena por separarnos porque ya no iba a volver a aquel hotel y si podía recuperarla tendrían que enviármela a España. Divertido fue explicarle a mi guía la situación pero por cosas de la vida y buena fortuna, alguien de ese hotel iba a ir al siguiente destino y pude reencontrarla en Bergen, donde pasamos la última noche antes de volver. ¡Que alegria! 🙂 Tendremos más cuidado a partir de ahora, no tengo que olvidar que viajo con una cabra loca!

Y ahora sí os dejo con Olivia:
¡Feeeeeeliz fin de semana y vacaciones quien las empiece -¡como nosotras!-! Beeeeeeeeee!!!!

Olivia en mi bolso, su camarote de viaje. Iba apretadita, pero es una aventurera!
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Olivia en el autobús mientras llovía y no veíamos casi las montañas. 🙁
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Olivia en Oslo, jugamos con la nieve!
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Olivia en Hammerfest, ciudad más al norte del mundo.
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Olivia en Ulvik, en pleno Hardangerfjord
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Olivia en Bergen.
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Olivia en Avaldsness, donde llegaron los primeros vikingos y nació Noruega. ¡Se palpaba la Historia!
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Olivia en Cabo Norte.
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Olivia cenando por ahí, encontrando compañeras cabras que tocan blues!
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Noruega

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Noruega es un derroche de naturaleza en su estado más apabullante y sobrecogedor. Noruega es ártica, acuática y quita la respiración. Conducir por los parajes helados, entre cielos azules, casas de colores, arcoiris ocasionales y magia escondida.

He pasado 10 días en Noruega, mezclando trabajo y placer y he vuelto enamorada de esas tierras, ese respeto por sus recursos naturales, hábitos de vida basados en las pequeñas cosas de la vida, la serenidad palpitante en el hielo, las luces del norte esperando embriagarte de asombro. Noruega es contactar con lo más puro, el agua, la tierra, fundiéndose en una primavera efervescente. Mezclando rios con aguas marinas en fiordos asombrosos, enseñando esculturas paisajísticas resultado de las contorsiones de la tierra miles de años atras.

He «encontrado el norte», pisando las tierras habitadas más al norte del mundo, hecho más bien anecdótico pero igualmente placentero. Sentir que vas más allá, poder observar el que fue considerado el fin del mundo con la misma fascinación que miro el abismo de Finisterre en Galicia. Imaginar los barcos vikingos sucando la entrada al norte (North-way), nacimiento de Noruega, en Avaldsness, cerca de Haugesund.

He conducido un trineo de perros, me he dejado abrazar por ellos, he entrado en el hotel de hielo (fascinante), he visto degustado una cena Sapmi para luego escuchar sus cantos y he visto las luces del norte (aurora boreal) en un mismo día. Podría haberme muerto de éxtasis! 🙂

Pronto Olivia os contará su versión del viaje. Mientras tanto, una imagen vale más que mil palabras, y aquí van las imágenes más representativas de los días pasados.
Lo decíamos ante ayer, viajar es vivir con los 5 sentidos.

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volando
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pesquero
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Comienzan los Oliviajes

Ya he comenzado mi ajetreo laboral intenso de primavera. Ahora mi estonosepara habitual cobra más fuerza y se que me plantaré en el verano casi sin darme cuenta. Tras haber visitado Berlín y Amsterdam en las dos semanas pasadas, ahora le toca el turno a Noruega. Es un viaje que aunque basado en el trabajo, tendrá momentos para el ocio y para descubrir lugares a los que nunca pensé que podría llegar.

A partir de ahora tengo una nueva compañera: Olivia. Es una cabra que me regalaron mis amigos por mi cumpleaños y será la cabra más viajera del mundo sin duda, porque a partir de ahora, la pienso llevar en el bolso allá donde vaya. El objetivo, aparte de compartir confidencias conmigo, es retratarla en lugares representativos. ¿Recordáis al gnomo de Amelie? Pues una cosa así…. 😉

A unas horas de tomar aviones, os dejo un adelanto de los primeros viajes de Olivia: Amsterdam:
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Y Madrid, merendando madroño…
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Estaré al otro lado, pero no sé si podré responder los comentarios como es debido.
Mientras tanto, ya sabéis, podéis pasar a tomar un te y comer magdalenas de la despensa.
Namasté, querid@s.

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La chica del tren

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Image by sashatrier

Me subí al tren en Amberes, en dirección a Bruselas. Dado que tuve que llegar apurando, no estaba segura de si pararía en mi estación y pregunté a una chica joven que escribia entretenida en su agenda. En un inglés maravilloso me dijo que estaba prácticamente segura de que paraba en la estación Central, pero que si me asomaba fuera, podría verlo en un panel.

– Te creo, no te preocupes 🙂
– ¿Eres española?
– Vaya, el acento, no? Hummm…
– No es por eso, es por tu aspecto supongo, por tu cara…
– Ah, bueno, pues si…

Y ahí comenzó una agradable conversación de tren en un español más que bueno. Quizá ella se sorprendería si supiera que escribo sobre aquel breve momento que pasamos juntas charlando. Somos ignorantes de las huellas que dejamos en los demás.

Esta chica sin nombre es rubia, de ojos claros, y con una seguridad seductora pintada en su expresión. Es luchadora, decidida y valiente. Me contó que habla persa, gracias a su novio y aparte estudia español, árabe, inglés y habla francés y holandés. Estudia una carrera sobre traducción, pero con lo que ella sueña es con trabajar en una embajada. Yo le dije sin dudarlo que lo conseguiría, y ella me dijo que siempre se había lanzado a por las cosas que ella quería en la vida, que había que distinguirse de los demás en un mundo tan competitivo. Le encanta el español y lo habla de una manera deliciosamente correcta. Estaba indignada porque en su clase de español no tienen nivel suficiente y ella, que tan graciosamente enriquecía sus frases con adverbios, no podía entender que hubiera compañeros que no pudiesen hacer una frase entera correcta.

La chica del tren me dijo que aprovechaba a charlar con los españoles que se encontraba y así practicar y mejorar el idioma. Me hacía sonreír su decisión y su encanto natural. Cuando menos lo esperaba me dijo: «Y la última pregunta, ¿cree usted que soy belga?» Y le dije, «si, porque no?». Y mientras se levantaba me dijo sonriendo que al ser rubia y de ojos claros le solían decir que era rusa. Esa era su parada y casi sin darme cuenta se estaba despidiendo amablemente. Yo quería darle mi email, pero no había tiempo, así que la despedí sonriendo. Esa chica arrebatadora dejará huella. Pequeño torbellino valiente.

Continué mi viaje hacia Bruselas, saboreando estos momentos de humanidad y un cachito de chocolate que llevaba en mi bolso.
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Y esta mañana volvía a saborear esta canción, recordando otros trenes que pasaron…

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Si de Bélgica solo visita Bruselas, posiblemente se lleve una imagen del país muy distinta a quienes se dejan llevar por el encanto de las ciudades menores y pequeñas poblaciones. Ya tuve el gusto de explorar brevemente Gante y Brujas en mi última exploración belga en Mayo, y esta vez disfruté mucho del día escaso que pasé en Amberes.

Es una ciudad con encanto y mucho ambiente en las zonas de compras; una zona histórica embriagadora, la fascinante estación de tren con más de un siglo de historia, calles elegantes llenas de tiendas chic y agradables paseos. Esta vez me sorprendió su elegancia y me quedé con ganas de más. Salir a cenar, ir de compras y perderse por esas calles históricas es un plan para la próxima visita sin duda.

Todo aderezado con el perenne aroma a gofres que invade las calles comerciales y el encanto otoñal que disfruta de sus últimos días de reinado antes de la llegada de la navidad, y con ella el frío invierno.

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Mirada de otoño

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Creo que si mis ojos fueran una estación, serían sin duda el otoño…

El otoño siempre me ha generado melancolía.Volver a las obligaciones, ver marchitarse el verano, sentir frío,… Sin embargo, cambia la mirada cuando el otoño dibuja en colores, satisfecho, tras la plenitud del verano. Recuerdo una excursion que hice con mis padres hace ya algunos años, ni ellos ni yo se habían divorciado. La llevo dentro con cariño porque hicimos juntos un viaje breve en el que todo fue fantástico. Recorrimos el Parque Natural de los Ancares, en Lugo, una zona impresionante y maravillosa. Toooodas las montañas estaban repletas de colores: verdes, amarillos, rojos vivos, naranjas, marrones. Un mosaico de belleza que adquiría aún más esplendor con los rayos del sol.

En aquel viaje llovía y hacía frio. Tomamos caldo galego en una palloza y de manera mágica apareción una banda de gaitas que estaba ensayando para una cena que habría despues. Cogimos en aquel viaje unos 20 kilos de castañas deliciosas, mientras llovía; ibas viendo una y otra, entre las hojas secas, y no podías parar de recogerlas. Compartimos mucho en aquel viaje: buena comida gallega (nunca falta), momentos de complicidad y magia, naturaleza, cercanía y tranquilidad. Quizá fue un día y medio, pero yo no olvidaré nunca. Da igual lo que vino después, las separaciones y las tristezas, yo me quedo con aquellos momentos, esa vista sobre las montañas gallegas pintadas de colores.

¿Y a qué viene esto? Pues simplemente os iba a hablar del maravilloso otoño de Oslo y se me ocurrió que no es maravilloso por ser noruego, sino por ser otoño. Y el otoño nos envuelve y nos mece a todos los de este lado del mundo; nos susurra palabras tranquilizadoras mientras llegan los fríos, nos va quitando las hojas poco a poco… despacito… para no hacer daño. Hasta quedarnos desnudos y temblones, limpios, para volver a renacer con las hojas verdes.

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Otoño de la cabeza a los pies. Desde los pies, hasta el alma… 😉