Image by sashatrier
Me subí al tren en Amberes, en dirección a Bruselas. Dado que tuve que llegar apurando, no estaba segura de si pararía en mi estación y pregunté a una chica joven que escribia entretenida en su agenda. En un inglés maravilloso me dijo que estaba prácticamente segura de que paraba en la estación Central, pero que si me asomaba fuera, podría verlo en un panel.
– Te creo, no te preocupes 🙂
– ¿Eres española?
– Vaya, el acento, no? Hummm…
– No es por eso, es por tu aspecto supongo, por tu cara…
– Ah, bueno, pues si…
Y ahí comenzó una agradable conversación de tren en un español más que bueno. Quizá ella se sorprendería si supiera que escribo sobre aquel breve momento que pasamos juntas charlando. Somos ignorantes de las huellas que dejamos en los demás.
Esta chica sin nombre es rubia, de ojos claros, y con una seguridad seductora pintada en su expresión. Es luchadora, decidida y valiente. Me contó que habla persa, gracias a su novio y aparte estudia español, árabe, inglés y habla francés y holandés. Estudia una carrera sobre traducción, pero con lo que ella sueña es con trabajar en una embajada. Yo le dije sin dudarlo que lo conseguiría, y ella me dijo que siempre se había lanzado a por las cosas que ella quería en la vida, que había que distinguirse de los demás en un mundo tan competitivo. Le encanta el español y lo habla de una manera deliciosamente correcta. Estaba indignada porque en su clase de español no tienen nivel suficiente y ella, que tan graciosamente enriquecía sus frases con adverbios, no podía entender que hubiera compañeros que no pudiesen hacer una frase entera correcta.
La chica del tren me dijo que aprovechaba a charlar con los españoles que se encontraba y así practicar y mejorar el idioma. Me hacía sonreír su decisión y su encanto natural. Cuando menos lo esperaba me dijo: «Y la última pregunta, ¿cree usted que soy belga?» Y le dije, «si, porque no?». Y mientras se levantaba me dijo sonriendo que al ser rubia y de ojos claros le solían decir que era rusa. Esa era su parada y casi sin darme cuenta se estaba despidiendo amablemente. Yo quería darle mi email, pero no había tiempo, así que la despedí sonriendo. Esa chica arrebatadora dejará huella. Pequeño torbellino valiente.
Continué mi viaje hacia Bruselas, saboreando estos momentos de humanidad y un cachito de chocolate que llevaba en mi bolso.
.
.
.
Y esta mañana volvía a saborear esta canción, recordando otros trenes que pasaron…
8 respuestas a «La chica del tren»
Mmmmmm ¿Rubias arrebatadoras, decididas, con conocimientos de idiomas y viajeras? ¿A quién me recordará?
Se confirma que lo mejor del viaje no es necesariamente llegar al destino!
Abrazos del sur
Mujer Sonriente: pues no se yo…. pero ya me gustaría a su edad hablar como hablaba ella español e inglés, y no escuché su persa, árabe, etc. 😛
Shu: Ahi estamos, lo mejor del viaje, es el propio camino… 🙂
Abrazos ronroneando.
Es una anécdota genial Bruma! muy buena. Y UNA ENVIDIA esa capacidad de hablar tantos idiomas (más que capacidad que te gusten los idiomas).
BEsos!
Tal vez ella tenga un blog y hable del encuentro contigo. Estoy segura que le dejaste huella también, la conversación contigo no pudo dejarla indiferente.
Un beso mujer interesante.
Tegala: Eso nunca lo sabremos… jejeje…
Achuchon intenso.
Tronan: Todo el punto tiene puntos fuertes y débiles, querido. :*
Se que la entrada es antigua, pero no he podido evitar comentarla. Me has recordado a mi abuela y las historias que contaba de cuando iba en tren desde Sevilla a Rouen (o al contrario). Nos contaba de la gente que viajaba en el vagón y las conversaciones que tenían. ¡Y siempre había un soldadito amable que le ayudaba con la maleta.
querida Kalakanta: Nunca es tarde si la dicha es buena. por muy antigua que sea una entrada, adelante! Me gusta tambien imaginar tus historias, esos encuentros en los trenes del sur, los soldaditos amables, las mujeres valientes y luchadoras que han sido nuestras abuelas. Tengo ganas de verte!