Los primeros calcetines del otoño y una de mis cobayas, Lily, curioseando…
Son ciclos y cada año sucede lo mismo. Al tener este pensamiento, he mirado en los archivos del blog de hace un año y sí, es cierto, escribía sentimientos similares a los que quería reflejar.
Tras el verano, es inevitable. Llega el otoño. Y con él ese momento irreversible que te recuerda que dentro de poco se acabaron las sandalias: me acabo de poner calcetines estando en casa (y una chaquetilla!). Las tardes se van acortando mientras la resignación comparte el te de la tarde con nosotros. Sabíamos que pasaría, al igual que sabemos que volverán las tardes de playa. ¿Porqué siempre que llega septiembre no puedo evitar pensar «jo, y en nada ya es Navidad!»? Será la niña interna caprichosa que no quiere que termine lo bueno y se resiste ante volver al colegio…
Con todo lo que implica, volver a la rutina es algo que en cierto momento apetece. Para centrarse y retomar costumbres saludables que dejé aparcadas entre el huracán laboral y el verano; para seguir viajando y descubriendo nuevos horizontes; para formar parte de un equilibrio necesario.
Es como un nuevo comienzo de año, casi tan drástico o más como el que tenemos en enero. Y con los calcetines llegan los proyectos y objetivos: volver a la dieta sana, al gimnasio (4 clases de spinning y yo sin agujetas!), a planificar los viajes laborales, a disfrutar de los fines de semana en casa, a las series por la noche, a acostarse temprano y a sentir más que nunca que estonosepara.
Los calcetines me dan ganas de leche con galletas que ahora no puedo tomar. Miro a mis cobayas y busco su comprensión. Y finalmente decido abrigarme en el sofá con las hojas secas del otoño y dejarme llevar por la lectura…
Y tú, navegante, ¿cómo llevas tu otoño?
Escuchando….