Hay libros o autores que llegan a tu vida por algo, como un regalo, para bucear en la inmensidad de tu sensibilidad y tocarte justo ahí, donde la emoción y el amor se dan la mano. Es amor por las letras, es leer lo escrito en mi misma sintonía… y en este caso… Es Baricco.
Primero fue Seda, luego Océano Mar, y ahora Novecento…
No es solo la forma de escribir, especial y personal, sino esos personajes que cautivan, y reflejan una melancolía exquisita, una profundidad abrumadora.
Novecento. La leyenda del pianista del océano.
Si comentaba que lo fascinante de Baricco son, para mi, sus personajes, poco os puedo convencer resumiendo el argumento. Simplemente la historia gira entorno a un personaje, de nombre peculiar, Danny Boodman T.D.Lemon Novecento, pianista extraordinario, capaz de arrancar notas mágicas, inauditas. Si queréis conocer el origen de ese nombre original, sentir esos acordes en las letras escritas, y disfrutar de la historia y el personaje, sin duda os animo a leer este libro, cortito, que yo me leí en un tren hace un par de semanas. 🙂
Dejo un fragmento, melancólico, pero exquisito. Disfrutadlo…

Image by Gothessa
«Yo, que no fui capas de bajar de este barco, para salvarme me bajé de mi vida. Escalón a escalón. Y cada escalón era un deseo. A cada nuevo paso, un deseo al que decía adiós.
No estoy loco, hermano. no estamos locos cuando hemos encontrado la manera de salvarnos. Somos astutos como animales hambrientos. La Locura no tiene nada que ver. Eso es el genio. Es la geometría. Perfección. Los deseos estaban destrozándome el alma. Podría vivirlos, pero no lo conseguí.
Así que entonces los conjuré.
Y uno a uno los fui dejando detrás de mi. Geometría. Un trabajo perfecto. A todas las mujeres del mundo las conjué tocando una noche entera para una mujer, una, la piel transparente, las manos sin joyas, las piernas delgadas, movía la cabeza al compás de mi música, sin una sonrisa, sin bajar la mirada, nunca, una noche entera, cuando se levantó no fue ella la que salió de mi vida, fueron todas las mujeres del mundo. Al padre que nunca voy a ser lo conjuré contemplando morir a un niño, durante días, sentado a su lado, sin perderme nada de aquel terrible espectáculo hemosísimo, quería ser la última cosa que viera en este mundo, cuando se marchó, mirándome a los ojos, no fue él quien se marchó, fueron todos los hijos que nunca tendré. La tierra que era mi tierra, en algún rincón del mundo, la conjuré escuchando cantar a un hombre que venía del norte, y cuando lo escuchabas, veías, veías el valle, las montañas que lo rodeaban, el río que descendía lentamente, la nieve del invierno, los lobos por la noche, cuando aquel hombre acabó de cantar, acabó mi tierra, para siempre, dondequiera que se encuentre.
Los amigos que deseé los conjuré tocando contigo y para ti aquella noche, en la cara que ponías, en los ojos, los vi, a todos ellos, a mis queridos amigos, cuando te marchaste, se fueron contigo. Dije adiós a la maravilla cuando vi los descomunales icebergs del mar del Norte desmoronarse derrotados por el calor, dije adiós al milagro cuando vi reir a los hombres que la guerra había destrozado, dije adiós a larabia cuando vi llenar este barco de dinamita, dije adiós a la música, a mi música, el día que conseguí tocarla toda en una sola nota de un instante, y he dicho adiós a la alegría, conjurándola, cuando te he visto entrar aquí. No es locura, hermano. Geometría. Es un trabajo de cincel. He desmontado la infelicidad. He deshenebrado mi vida de mis deseos. Si pudieras recorrer mi camino, os encontrarías uno tras otro, conjurados, inmóviles, detenidos para siempre señalando la ruta de este extraño viaje que a nadie nunca conté, salvo a ti.»
Post-Data:
Mónica, a ti especialmente que eres sensitiva y adoras el mar te recomiendo tanto Océano Mar como Novecento… Un abrazo atlántico…