
Image by winternebel
Ando de viaje de trabajo y por ello más limitada de tiempo para postear. Desde esta mañana tenía el mono, tanto por los días desde que no actualizaba en condiciones, como por la necesidad de «descarga» emocional.
Hoy he vivido una situación surrealista como pocas y ahora no es plan de contarla, a menos que sea con un te o un café de por medio. Tiene que ver con mi ex, con el victimismo y la hipocresía.
Desde hace un tiempo, quizá a raiz de la actitid de algunas personas, tengo una especial manía a las personas que utilizan el victimismo como camino para conseguir lo que quieren. No siempre es de manera consciente, lo sé, pero no deja de molestarme sobre manera.
Las personas que se refugian en el victimismo no quieren solucionar sus problemas y enfrentarlos como valientes, porque entonces dejarían de tener ese argumento para reclamar atención. Querámoslo o no, es más fácil quejarse o poner cara de pena, y tras el «pobrecito/a» reciben la atención que tanto necesitan.
Me inquieta sentir aversión por algo, y quizá puede molestarme tanto el victimismo porque yo no me lo permito. Me presto atención sobre eso y a veces me «doy permiso» para estar triste y «dar(me) penita» un rato, pero sigue sin ser algo que me deje indiferente; me molesta.
Admiro a los valientes, a los que lo intentan, tengan éxito o fracasen, caminan.
Esta mañana me he sentido engañada por alguien que utilizó una cara muy distinta a la que luego era real. Me duele sentirme traicionada por una persona con la que he compartido 7 años de mi vida. Creo que la confianza con una persona tan cercana es lo primordial y cuando la ocultas, la verdad acaba flotando en la superficie.
Me apena sentirme tonta por haberme creido algunas cosas; quizá soy un poco ingenua. Mi desconfianza no hace más que reafirmarse en estos casos. Podría decir eso de «todos los hombres son iguales», pero no lo haré, no es así, simplemente «el que no corre, vuela». 😛
Como nota positiva, os cuento. Llegué a Cáceres todavía aturrullada por las conversaciones; estoy aquí por trabajo. Dejo mis cosas en el hotel, consulto emails, y salgo a la calle, a perderme un rato. La ciudad vieja de Cáceres, Patrimonio de la Humanidad, me trasladó mucho tiempo atrás, allá donde mi ex no me mentía, allá donde no había situaciones surrealistas que me inquietaran, allá donde la calma me arrullaba. Y así, mi cabreo se fue despejando como Bruma de la mañana, mientras me enamoraba de las cigüeñas que me sonreían desde los tejados.
Es maravilloso que existan lugares en los que perderse… para encontrarse.
Vaya coñazo os he dado… pero esto también es terapéutico!







