Mis queridos lectores navegantes, mi ronda de viajes laborales ha terminado hasta septiembre, así que vuelvo un poquito a tomar el te en mi hogar que comparto con vosotros. Sinceramente, echo de menos mantener la regularidad que tenía, pero al fin y al cabo, la vida son fases, y en este momento el ritmo es trepidante y apenas saco fuerzas para lidiar con el día-a-día.
Es curioso como el cuerpo aguanta y cómo comprende cuando ha llegado la pausa. Hace 2 días que he aterrizado y mi cuerpo entero ha hecho ploff. Poco a poco me iré cuidando bien y reponiendo energías. Un verano por delante se plantea dispuesto a ser disfrutado, con visitas, conciertos y alguna escapada fuera de la realidad.
Mientras tanto, tenía ganas de contaros mi experiencia en Roma. Hace unas 2 semanas, pasé una semana completa trabajando en Roma, de un lado al otro de la ciudad. Nunca había estado y la sensación ha sido bastante agridulce.
Es una ciudad que fluye a borbotones, sin pausa. Te pisotea si es necesario, para seguir su caudal. Aquella semana la temperatura rondaba los 32 grados, con altos niveles de humedad. El trajín me llevaba de un lugar a otro, enfrentandome a los misterios que a veces esconden los mapas. Entre el desenfreno de la actividad, el Vaticano, la Fontana di Trevi, el Panteón. Los guardias, las Piazzas, la historia en cada rincón. Todo envuelto en centenares de turistas, ajenos al non-stop de mi día laboral.
Cruzar la calle a la romana me parecía una exageración hasta que me enfrenté a esa realidad y cruzaba avenidas de 5 carriles sorteando los coches. La realidad supera la ficción, sin duda!
Roma fue contraste desde que nos conocimos hasta que nos despedimos. Hubo desplantes, retrasos, desorden. Hubo encanto, cafés compartidos entre los negocios acompañados de pastelitos, como quien acude a casa de alguien e intercambia experiencias. Amabilidad y descaro, dentro del mismo envoltorio.
Alrededor, una amalgama de arte por los cuatro costados. Roma es exceso de historia. Verdaderamente sentí emoción cuando pisaba el entorno del Colosseo. Imaginaba las historias que allí transcurrían, los millones de pies que pisaron la misma piedra que yo pisaba; y se me ponían los pelos de punta. Hasta una simple tienda tiene historia y resulta ser charcutería desde el año 1300!
Roma es belleza y vida en todo su apogeo. Vida en lo bueno y lo malo. Caprichos del paladar. Perfumes y pestes. Arte, despilfarro y encanto.
Roma se quedó con mi maleta cuando nos robaron, a mis compañeros y a mí, todo nuestro equipaje personal y laboral, incluyendo portátil, informes, mis sandalias hippies y muchas otras cosas con recuerdo sentimental. No son más que cosas al fin y al cabo. Roma se despidió de mí de la manera agridulce en que nos conocimos. Ella es así, auténtica y desmedida. Arrebatadora y descarada. Como la vida misma. Vinagre y rosas.