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La niña que no se quería bien

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Había una vez una niña que no se sabía querer bien. No recordaba si era porque no la habían enseñado o por otro motivo. Sentía que no encajaba, que la iban a rechazar o a mirar con desprecio. Era una cosa tan de dentro que ella no la podía explicar. Insegura, temerosa sobre las opiniones ajenas.

Desde pequeña fue una niña alegre y cascabelera. Sus ojitos de miel estaban a veces vagos y desorientados y por eso llevaba sus gafas y a veces un parche para hacer trabajar al ojo izquierdo, más fantasioso y con tendencia a evadirse. Todos sabemos que a veces los otros niños no son buenos con los «bichos raros». Se rieron de ella en el colegio, por supuesto, no iban a dejar pasar suculenta oportunidad. Ella seguía siendo alegre, jugaba a los teatros con sus amigos y construía sueños en una cabaña del bosque.

Las mofas se mezclaron con una pubertad temprana, complejos por kilos de más, y los posos de la inseguridad se asentaron para siempre en el alma de esta niña. Hay cosas que no se olvidan y vosotros sabréis también que lo vivido en la infancia nos acompaña siempre, verdad?

Poco a poco, la niña fue utilizando los posos de miedo e inseguridad para elaborar una coraza. Las lágrimas secas y la desazón la ayudaron a fortalecerla. Pasados los años se daría cuenta de que esa coraza la mostraba como una persona muy segura de sí misma y con el control de la situación, ¡qué ironía! Ella! Que se sentía taaaan minúscula…

Nuestra niña era una trabajadora constante y no dejó de luchar, dando lo mejor de sí en el colegio, en el instituto y cuando estudió su carrera. Siempre sentía incertidumbre al integrarse en nuevas clases. Con el tiempo comenzó a establecer una dinámica de comportamiento por la cual solía «observar el terrritorio» cuando interactuaba con nuevos grupos de gente. Una vez se sentía cómoda, podría ser ella misma, pero en las primeras distancias no podía quitarse los posos del juicio ajeno. A ella le daba rabia no sentir que fluía la naturalidad desde el comienzo, sin embargo, no podía evitarlo y aceptaba esta forma de ser.

Un buen día, leyendo una revista trivial, encontró un artículo en ella con un contenido para nada frívolo. Una detallada descripción de las señales de una mala autoestima la hicieron reflexionar sobre sí misma y la manera de relacionarse consigo misma. Ese fue el comienzo de un camino que posiblemente no terminará nunca para ella. Una chispa.

Comenzó por presionarse y exigirse menos, aceptar poco a poco que ella «era así» e intentar valorar sus cosas positivas, en lugar de señalar constantemente sus defectos y machacarse. Empezó simplemente a respetarse, para caminar hacia el amor propio.

El trabajo se desarrollaría a fuego lento, como todo eso que nos cuesta esfuerzo y tanto valoramos al alcanzarlo (aunque sea en «porciones»). Como decíamos antes, es un camino que aún ella sigue recorriendo, a veces más rápido, a veces más despacio, otras veces parándose en silencio para «hacerse bola». Descalza o con botas de montaña, sabe que cuanto más avance en ese camino, más ligera se sentirá.

Otro de sus descubrimientos, otra chispa, fue darse cuenta de la mayor de las verdades: estamos solos. Nacemos y morimos solos. Nuestros compañeros, familiares y amigos son acompañantes durante el camino, por más o menos tiempo. Por poco romántica que sea este idea, a nuestra niña le impulsó a valorar esas compañías y regalos de la vida. Se enfrentó al mayor regalo que recibimos, aquel que tememos aceptar por la valentía que implica: la libertad y responsabilidad personal.

Disfrutar de sí misma, hacer cosas por y para ella, tomaron otro sentido entonces. Seguía lidiando con la melancolía y la desazón de su romanticismo, conservando la razón de su realidad. Comenzaba a forjar el adulto que cuidaría de la niña.

La niña seguía su vida, se conocía mejor, y en este vivir se fue olvidando de los juicios ajenos. Por supuesto que se sentía inquieta al entrar en contacto con nuevos grupos de trabajo o compañeros, pero el disfrutar de sí misma, alimentándose con experiencias, primaba sobre la preocupación o la inquietud de las opiniones de los demás.

De este modo, sin importarle tanto encajar en un sitio, recibía las muestras de simpatía de las otras personas. Este afecto no buscado la reconfortaba. Simplemente siendo ella, recibía, sin necesidad de demostrar nada. No era más que nadie; tampoco menos.

Y así fue como la niña continuó su camino. Cuanto más se dirigía hacia sí mísma, más naturalidad la acompañaba. Sentía que cada mañana iba al colegio de la vida con la mochila más descargada. Brincaba ligera y cantaba (si lo hacía bien o mal, cada vez le importaba menos…).

Y colorín colorado, nadie dijo que esta historia se ha terminado…
Estonosepara…. estonosepara….

«….No me digas, no me digas que hoy te has fijao
Después de las noches que he pasado a tu lado
No me digas que hoy me ves especial “sobrenatural”
Soy del montón y no estoy de rebajas…»

11 respuestas a «La niña que no se quería bien»

«…porque has venido a recoger tu imagen
y eres mejor que todas tus imágenes
porque eres linda desde el pie hasta el alma
porque ers buena desde el alma a mí
porque te escondes dulce en el orgullo
pequeña y dulce
corazón coraza…»

Y lo mejor es que la coraza se está abriendo y deja ver el corazón, deja ver tu imagen real, más linda que todas tus imágenes, porque eres linda entera…

Te quiero preciosa!!

:-))

Así me quedo después de leerlo… y la voy a conservar para todo el día.
¡Qué bonito contarte y compartirte así!
Muchos besos!

¿Quien no ha tenido complejos en su infancia que los han arrastrado hasta hoy en día??? ….. Entiendo a esa niña,con las gafas, el parche, los kilitos …. Besos

Tegala: que cosa tan preciosa me has escrito… me dejas con pocas palabras…. GRACIAS. Te adoro y te extraño.

Suli: Eso me gusta a mi! una sonrisa! Energía positiva y de la buena… Estonosepara! Achuchon!

Ester: Loviu tuuuuuuuuuuu!!! Hablamos pichurrilla limonera!

Galleguiña: me gusta la compañía en la comprensión. Nos debemos un «algo» eh! Te buscaré! 😉

Mil gracias Sarita por escribirme, te echaba en falta! Ya tenéis un huequito entre las brumas… 🙂
Tus mimos en forma de palabras me llegan bien dentro.
Entiendo que el desenfreno no te deje contestar, a mi a veces ni me deja escribir! y ya de podcast ni te cuento!
Animo y una preciosa sonrisa espero se dibuje a la de 1…. 2… y …3!
Namasté.

Estamos cerquita, al otro lado de la pantalla. Mientras tu me comentas, yo preparo un mini post, esto es un abrazo virtual verdad? 🙂
Buena noche, reina, ahí con una hora menos, yo ya debería estar en la cama!

Había una vez un niño algo tímido pero muy curioso, que un día tuvo la oportunidad de leer el cuento de la ñina que no se sabía querer bien. Después de haberlo leído detenidamente se paró a reflexionar y recordar anécdotas de su infancia. Entonces quiso mirarse en un gran espejo que tenía en su cuarto, y de repente al otro lado vió a esa niña. Él le ofreció su mano, porque sabía que, aunque en la distancia, podían comprenderse mutuamente…

Y entonces juntos compartieron algo hermoso: el silencio de la comprensión y las palabras no escritas.
Un abrazo intenso, querido.

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