Que no tienes que censurar lo que haces o dices.
Que eres tú misma, con lo bueno y lo malo.
Que aceptas tu humanidad y trabajas tu tolerancia.
Que la lealtad y la complicidad acompañan vuestro camino.
Que tu crecimiento se alimenta del suyo. Y vicecersa.
Que él te suma, y no te resta.
Que el valor de las pequeñas cosas palpita en cada día.
Que juntos desdibujamos la rutina.
Que no necesitamos cambiarnos y nos aceptamos así.
Que somos solo presente, pase lo que pase mañana.
Que no me quedan más palabras que las que regalo cada día como si fuera el último.
Que el respeto, la complicidad y la alegría nos llevan de la mano.
Es entonces cuando podemos decir que nuestro amor es sano,
que crecemos como dice «El Profeta» sin hacernos sombra,
arraigados independientemente en la misma tierra,
porque al fin y al cabo, ni el ciprés crece bajo la sombra del roble,
ni el roble bajo la sombra del ciprés.
Recomendando: Del Matrimonio, de «El Profeta» de K.Gibran.
Notas:
He escrito sobre un sentimiento propio y ajeno a la vez. Propia la fortuna, y ajeno el desconsuelo por personas cercanas intoxicadas por la dependencia que ahora mismo no son capaces de imaginar que existe un amor sano, sin necesidad de cambiar al otro, sin culpabilidad, sin pensar cada cosa que dices. Un amor donde hay admiración por el otro, donde se nutre el crecimiento y se comparte desde lo grande hasta lo pequeño, multiplicando alegrías y repartiendo la carga de las penas. Una amistad profunda y sincera, pero con una chispa especial. 😉
Hay muchos tipos de amor, cada uno puede entender el suyo y definirlo, pero una relación en la que no eres tú misma y dudas de lo que piensas y sientes, eso no es amor. Posiblemente se llame dependencia o relación tóxica y lo disfracemos de lo que nos gustaría que fuese. Pero el amor de verdad fluye y se identifica porque te mira a los ojos.
Tú mereces eso y más. Respeto, confianza, ilusión y complicidad. Que no te pise nadie y especialmente tú misma. Eso sí que no.