Uno de los conceptos que aprendí gracias a mi mentora en Coaching, es el término difácil. Me hace sonreír cuando lo digo, como un juego empapado de mensajes.
Me viene a la mente a menudo, no solo por mí, sino cuando escucho a otras personas repetir el tan manido comodín de «no es tan fácil» tras haber escuchado tu opinión o tu consejo. ¡Claro que no es fácil! Es difácil, les digo. (La cara de póker posterior está garantizada claro)
¿No os ha pasado, descubriros vosotros mismos poniendo excusas para algo que no sabéis cómo afrontar? A mi me pasa, claro que sí, dar rodeos antes de estudiar, no acabar de encontrar el momento para algo que me da pereza.
Un «No es tan fácil» se puede contrarrestar con un «todo es ponerse» o un «querer es poder». Y si, tampoco es fácil, claro, pero… yo me pregunto… ¿hay algo en la vida fácil y que merezca la pena? ¿no es el concepto fácil algo relativo? ¿Dónde está la frontera?
No es fácil levantarse de la cama en los días fríos, pero lo hacemos. No es fácil afrontar algunos tragos personales, o escuchar gritar a los niños, o sacar al perro por la mañana o mil cosas más que hacemos por costumbre, que tenemos asumidas. Son una responsabilidad para nosotros.
¿Puede ser ese el factor que te acerque a lo difácil? ¿La responsabilidad sobre tu propia vida? ¿La capacidad de elegir? ¿Tiene toda decisión personal una parte de fácil y de difícil? ¿Emanamos subjetividad por todos poros de nuestra piel?

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Yo creo que sí. Que todo es ponerse, que el instinto tiene una campanita y te recuerda lo que quieres. Cuando estás sumido entre las dudas, hay un faro girando y enviando destellos hacia donde tienes que ir. Entre la fe y las brumas, te acercas hacia lo que quieres.
No es fácil decir que no a un abuso, no es fácil dejar a alguien que te consume, no es fácil tener el valor de luchar por hacer un sueño realidad. No es fácil quererse bien, no es fácil tener un jardín florido y exuberante, ni fácil es aprender a bailar el tango o la danza del vientre. Tampoco es fácil ponerse a dieta, aprender a escuchar a los demás, soltar las amarras de lo que ya no es nuestro.
Pero… ¿y lo que sientes cuando lo consigues? Esa liberación de no llevar en la mochila lo que no te corresponde. Esa aceptación y respeto por uno mismo. Esas flores esplendorosas en la terraza. Esa respiración liberada sin el peso de la angustia. Ese sueño cumplido, en forma de viaje o proyecto. Ese control sobre el cuerpo bailando lo que siempre has querido. Eso, queridos míos, no tiene precio, y por ese motivo cogemos las riendas de nuestro caballo, para galopar salvajemente o para ir al paso disfrutando de la luz del sol.

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